Las personas que conozco que se dedican a traducir exclusivamente llevan una vida muy pacífica y tranquila. Hacen algo que les gusta, están siempre leyendo y desarrollan mucho su español para adaptar lo que escriben a lo que ha querido decir el original que traducen.
Es un trabajo muy meritorio. Y les corresponde el 50% de los derechos de autor con mucha justicia, porque así se les reconoce el esfuerzo para que los que no conozcan una lengua puedan beneficiarse de leer el significado de lo que se ha escrito en ella.
Sin embargo las editoriales no siempre actúan honradamente. Muchas veces compran en las ferias de literatura los derechos de un libro de moda y lo dan a traducir a estudiantes por un precio fijo que para el estudiante puede parecer en un momento dado una suma tentadora, pero es mucho menor de lo que ganarían si cobrasen los derechos de autor que les corresponden al 50% y esos derechos se los embolsa la empresa editorial.
Por eso hay gente que al comprar un libro traducido de una lengua extranjera mira primero si en los créditos hay derecho de copia para el traductor, ©, y si no lo hay no lo compra. Porque el producto es de inferior calidad. Suelen estar hechos por muchachos inexpertos, llenos de solecismos y falsos amigos, y no tienen ningún rigor literario ni científico.